Esta noche aún dominan la incredulidad y el estupor en Argentina. Han asomado ya las primeras lágrimas. Han sonado los cánticos de homenaje de una pequeña multitud en torno al Obelisco de Buenos Aires. Hay vigilias improvisadas junto a sus dos estadios, el Diego Armando Maradona de Argentinos Juniors y la Bombonera de Boca. Pero la auténtica despedida empieza en unas horas.La presidencia de la República Argentina calcula que hasta un millón de personas acudirán al velatorio en la Casa Rosada. La ciudad se prepara a toda prisa para unos días extraordinarios, emotivos y llenos de riesgos.
El luto nacional, decretado por el presidente Alberto Fernández, durará tres días. El desfile multitudinario, al menos dos. Se confía en que dos jornadas completas, jueves y viernes, ofrezcan tiempo suficiente para que quienes lo deseen puedan pasar junto al féretro y rendir tributo sentimental a un ídolo inmensamente popular. Será una pesadilla logística, agravada por la pandemia. Los infectólogos ruegan a la policía que imponga distancias, distribuya alcohol en cantidades masivas y evite las aglomeraciones. Pero temen un desastre.
Nada es más importante ahora que la muerte de Diego Armando Maradona. El presidente de la República ha suspendido todas sus actividades oficiales hasta el domingo. Los ministerios de Seguridad, Salud y Defensa participan en la confección de un plan de urgencia con un doble objetivo: que el duelo colectivo discurra con orden y que se produzca el menor número posible de contagios. En principio, la idea del trazado establece que la multitud se acerque a la Casa Rosada por la Avenida de Mayo, que las entradas se realicen de uno en uno en el edificio presidencial por la entrada de Balcarce 25 y que, tras un breve recorrido por el salón exterior donde se encontrará la capilla ardiente, salgan por Balcarce 50.
Alberto Fernández, seguidor de Argentinos Juniors, el primer club profesional de Maradona, expresó su deseo de que se controlara al segundo el tiempo de los visitantes en el espacio cerrado de la capilla ardiente. Mientras el presidente hablaba para un espacio radiofónico dando detalles sobre los preparativos, una brigada de trabajadores retiraba a toda prisa los andamios que flanqueaban la Casa Rosada por el lado de Balcarce. Todo tenía que estar perfecto. Fue Claudia Villafañe, la exesposa del futbolista y madre de sus hijas Dalma y Giannina, quien decidió que la última cita de Maradona con sus fieles tuviera lugar en un palacio de Gobierno en lugar de un estadio.
El presidente recordó que Maradona, siempre peronista, le visitó en la Casa Rosada en diciembre pasado, pocos días después del acceso de Alberto Fernández a la jefatura del Estado. Maradona se presentó en pantalón corto y así se asomó a saludar desde el balcón sobre la plaza de Mayo, el mismo que utilizaba Juan Domingo Perón. A nadie le importó.
Fernández se emocionó al recibir una camiseta de la selección nacional dedicada y firmada: “Para Alberto, con mi corazón de pueblo”, escribió quien fue el mejor futbolista y, además, muchas otras cosas, muy buenas algunas, muy malas otras. El ministro de Economía, Martín Guzmán, corrió como un adolescente desde su despacho (separado de la Casa Rosada por una calle) para que le firmara también a él una camiseta, la de Gimnasia y Esgrima, el club de La Plata del que es “hincha” y del que Maradona era técnico