Entre trajes tradicionales, crespones negros y sardinas ardientes, la ciudad celebra unas Fiestas de Primavera cargadas de emoción, respeto y pura esencia murciana.
Murcia ha vuelto a celebrar la vida. Lo ha hecho, como siempre, a su manera: con barracas y vino, con peinetas y calabazas, con pólvora y fuego. Esta semana, las Fiestas de Primavera 2025 han teñido de historia y júbilo las calles, devolviendo a la ciudad esa alegría ancestral que cada año resucita tras la Semana Santa.
El pasado martes 22 de abril, miles de murcianos salieron a la calle para festejar el Bando de la Huerta, la jornada más castiza del calendario local. Pero esta edición no fue una más. El fallecimiento del Papa Francisco, apenas días antes, tiñó la celebración de un tono solemne y respetuoso que se palpó desde los primeros acordes de la misa huertana, celebrada en la Plaza del Cardenal Belluga.
La imagen del pontífice presidió la ceremonia, y la Virgen de la Fuensanta —patrona de Murcia— lució un crespón negro sobre su manto. Fue un instante de recogimiento y oración entre el bullicio que vendría después. Porque, como bien saben los murcianos, la tradición también sabe guardar silencio.
Una ciudad convertida en huerta
A las cinco en punto, el desfile comenzó su recorrido habitual desde San Juan de la Cruz. Carrozas repletas de limoneros, paneras y cántaros recorrieron la ciudad entre vítores y jotas. Ni la lluvia ni el luto impidieron que más de 2.000 personas se volcaran en la recreación de oficios tradicionales y escenas costumbristas de la huerta murciana.
Las peñas, elegantes y reivindicativas, añadieron crespones negros a sus banderas. Algunos grupos detuvieron brevemente sus actuaciones para guardar minutos de silencio, mientras otros optaron por incorporar al Papa en sus montajes como homenaje. Un Bando sobrio, pero no por ello menos emotivo.
Las barracas, por su parte, hicieron su agosto en abril: largas colas para probar michirones, morcillas, zarangollo y el siempre esperado paparajote, que se convirtió en trending topic gastronómico en redes sociales. El ambiente fue festivo, aunque también intenso. Los servicios de emergencia atendieron a 368 personas, en su mayoría por intoxicaciones etílicas leves.
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El otro rostro de la fiesta: fuego, sátira y pólvora
Pero si el Bando representa la raíz, la identidad, la historia viva, el Entierro de la Sardina es todo lo contrario: desenfado, sátira y un poco de locura colectiva. Este sábado 26 de abril, Murcia vivirá el clímax de sus fiestas con un evento que mezcla carnaval, teatro callejero y espectáculo pirotécnico.
La fiesta arrancará con el Testamento de Doña Sardina, un texto ácido, irónico y siempre esperado, donde se reparten «herencias» simbólicas a políticos, celebridades y colectivos, no sin una buena dosis de humor murciano. Desde allí, se sucederán los pasacalles con bandas de música, demonios, animales fantásticos, sardineros disfrazados de romanos, egipcios o payasos, y un sinfín de personajes que solo tienen sentido en este surrealista entierro.
Más de 30 carrozas recorrerán la Gran Vía de Murcia lanzando juguetes al público, en una tradición que hace del Entierro una fiesta especialmente querida por los más pequeños. El final, como siempre, llegará con la quema de una sardina gigante, escoltada por fuegos artificiales que convierten la noche en un lienzo de fuego y color.
Este acto, declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional, es el broche perfecto para una semana donde la ciudad entera se transforma. Porque si hay algo que define a Murcia, es su capacidad de vivirlo todo con intensidad: el duelo y la risa, la devoción y la sátira, lo ancestral y lo irreverente.
En palabras de un murciano anónimo, escuchadas entre aplausos durante el Bando: «Aquí lloramos al Papa, pero también quemamos sardinas. Así somos. Y así queremos seguir siendo.»